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1. Breve reseña histórica

La evolución del Proceso de Atención de Enfermería (PAE1) desde una perspectiva teórica y atendiendo a Benavent, Camaño y Cuesta (1999), puede dividirse en dos fases. En cada una de las fases se identifican diferentes autores como referentes. La primera, llamada fase de iniciación que va de 1850 a 1950; y la segunda fase de identificación y análisis, con sus inicios en 1951 hasta la actualidad.

En la fase de iniciación (1850-1950) destaca la intervención de Florence Nightingale (1820-1910) quién trabajo en el ámbito de organización y estructuración de la actuación enfermera, mediante la observación sistemática y la estadística como métodos de recogida y análisis de información. De su intervención emergió una preocupación por el conocimiento de la enfermería como ciencia, llegando a instaurar la metodología científica y a considerar la investigación como elemento indispensable en su desarrollo. Estos primeros pasos, nacientes del empirismo se dirigieron hacia la búsqueda de la evidencia y el desarrollo del conocimiento por medio de teorías y modelos que han intentado teorizar la enfermería. Como consecuencia los profesionales se concienciarán de la responsabilidad de sus acciones y defenderán su rol autónomo.

Fue durante la fase de identificación y análisis (1951-actualidad) donde surgió el interés de dividir por etapas/fases el proceso de cuidar en enfermería. Lydia Hall, en 1955, fue una de las primeras en describir formalmente la enfermería como un proceso. Seguidamente, Dorothy Johnson, en 1959, Ida Jean Orlando, en 1961, y Ernestine Wiedenvach, en 1964, propusieron una estructura trifásica: análisis, síntesis y ejecución, como método para aplicar lo que se llamaría más adelante el PAE. A finales de los años sesenta aparecieron las primeras descripciones del proceso en cuatro etapas: valoración, planificación, realización y evaluación. En este sentido destaca la labor de un colectivo del profesorado de enfermería de la Catholic University of America con la publicación, en 1967, de los trabajos de Helen Yura y Mary Walsh y Dolores Little y Doris Carnevali.

El término diagnóstico se introdujo en el método enfermero en los años setenta. Doris Bloch (1974) refería la importancia de separar la etapa de valoración de aquella en la que se determina la respuesta humana de la persona, es decir, el diagnóstico (concepto acuñado por Vera Fly en 1953). A esta opinión se unen la de profesionales como Callista Roy, en 1975; Sundeen y Aspinal, en 1976. Con ello se dio un paso importante hacia el rol autónomo de la enfermería, ya que el diagnóstico, como se verá a lo largo del capítulo, constituye el elemento diferenciador y fundamental que permite la unificación del lenguaje científico enfermero y determinar cuáles son las respuestas humanas que enfermería puede abordar de forma autónoma e independiente (Berman, et al. 2008; Fernández, et al., 2004).

En España, el PAE se introdujo en la década de los 70, como parte integrante del plan de estudios tanto de Diplomado Universitario en Enfermería (DUE) como en los cursos de convalidación del título de Auxiliares Técnicos Sanitarios (ATS). Actualmente, se mantiene en el programa formativo de Grado de Enfermería y se incluye en la legislación sanitaria dentro de las competencias de enfermería a través del Real Decreto 1093/2010, publicado por el Boletín Oficial del Estado (2010).

En términos de investigación en España, han sido diferentes los trabajos científicos publicados sobre la experiencia en la aplicación del PAE a nivel asistencial. Como ejemplos, se referencia el desarrollo de un plan de cuidados individualizado para un paciente de 50 años con encefalopatía de Wernicke-Korsakoff. En dicho trabajo, se realiza una valoración de enfermería, basada en la Teoría General sobre el Déficit de Autocuidado de Dorothea Orem al ingreso en la unidad de Neurología de un hospital de tercer nivel. Como resultado, se ofrece un plan de cuidados individualizado a través de las taxonomías NANDA-NOC-NIC. Como conclusión, se corrobora la necesidad del uso de taxonomías estandarizadas para el desarrollo de esta disciplina científica, junto a un abordaje holístico para la individualización de los cuidados (Ibáñez-Santana, Peña-Otero, Visiers-Jiménez, 2019). En otra publicación reciente, se describe la propuesta de un plan de cuidados de una mujer de mediana edad, diagnosticada de un carcinoma ductal en tratamiento con quimioterapia tras cirugía conservadora. El plan se desarrolla en el Hospital de Día Oncológico de un hospital universitario y está conceptualmente basado en la Teoría General sobre el Déficit de Autocuidado de Dorothea Orem (Ramos-Montoya, Segura-Martín, Peña-Otero, Visiers-Jiménez, 2019).

Otros trabajos aplican el PAE basándose en otro modelo conceptual, como es el de Virginia Henderson. Díaz-Jiménez, Lara y Pereira (2018) describen un plan de cuidados en el que aplican el método madre canguro, adaptándose a las necesidades y los cuidados que una recién nacida prematura requiere; la publicación de Barranco, Núñez-Cózar, Ruiz (2018) detalla el abordaje de un paciente diabético analfabeto desde atención primaria; el trabajo de Gutiérrez, Santana (2018) describe un plan de cuidados de un paciente tras ser sometido a un implante valvular aórtico; o el caso clínico publicado por López, Martín y Bouza (2019) sobre un paciente con una insuficiencia cardíaca, con tratamiento con Levosimendán®.

Los Patrones Funcionales (PF) de Marjory Gordon también han servido de referencia en el desarrollo del PAE de numerosos trabajos, no como modelo conceptual sino como estructura de valoración. Como ejemplo, se encuentra el estudio preexperimental sobre 12 mujeres diagnosticadas de ansiedad, a las que se valora pre y post con PF Gordon, aplicando 8 sesiones grupales como intervención enfermera con el NOC como herramienta evaluativa (Amad, Cánovas, Díaz, 2017). También se han publicado casos clínicos estudiados con un plan de cuidados dirigido a un recién nacido afecto de síndrome de bridas amnióticas (Rodríguez, González, Espín, et al., 2019); a un lactante con neumonía (Martínez-López, Pérez-Constantino, Montelongo-Meneses, 2014); o un paciente con ventana torácica en un centro penitenciario de Murcia (Martín-Cocinas Fernández, Peñuelas-Olivo, 2019), entre otros.

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